A comienzos del siglo XVIII, los políticos habían empezado ya a adquirir conciencia del enorme potencial del medio informativo impreso a la hora de moldear la opinión pública. Por consiguiente, el periodismo de la época era predominantemente político y los artículos de este carácter no llevaban firma, en parte para preservar la libertad de opinión y en parte para evitar que el periodismo se convirtiera en un negocio o una profesión. Paralelamente a esta evolución del periodismo, comenzó la lucha por la libertad de prensa.
Un siglo más tarde, la actividad periodística se vio profundamente afectada por la Revolución Industrial, la Revolución Francesa y la alfabetización creciente como resultado de la educación pública que se fue imponiendo en los países occidentales. Las masas recién alfabetizadas demandaban cada vez más noticias y que éstas fueran cada vez más recientes. En Estados Unidos aparecieron dos empresarios periodísticos, Joseph Pulitzer y Randolph Hearst, que crearon publicaciones destinadas a la población de las grandes ciudades, en pleno crecimiento por entonces. Hacia finales del siglo el New York Times, que aún continúa editándose, comenzó a cimentar su reputación como medio capaz de cubrir con eficacia y seriedad las cuestiones más destacadas de la actualidad nacional e internacional. Al mismo tiempo, invenciones como el telégrafo facilitaron la recogida y la transmisión casi inmediata de datos. Algunas empresas comenzaron a utilizar estas nuevas tecnologías, unidas a los tendidos de cable, para convertirse en centros de recolección y distribución de noticias. Apoyadas en la consolidación de la libertad de expresión, algunas publicaciones comenzaron a abandonar la tradición de los artículos políticamente comprometidos sin firmar y, paralelamente, empezó a tomar forma la figura del periodista como personaje dedicado a la investigación de los aspectos oscuros de la realidad.
Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías, el desarrollo de los transportes, y la aparición de industriales y comerciantes que necesitaban promocionar sus productos a escala nacional por medio de la publicidad, estimularon la creación y difusión de publicaciones populares centradas en temas especializados. Fue así que desembarcó un nuevo género que no tenía una publicación cotidiana sino que tenía una periodicidad más prolongada: La Revista, también llamada Magacín por su castellanización del término Magazine del idioma inglés.
Por lo general, estas publicaciones se basaron en la utilización masiva primero de la ilustración y, posteriormente, de la fotografía. Basta pensar en revistas como National Geographic para comprender la importancia que la imagen desempeña en su éxito, éxito que aún fue más contundente antes de la extensión de la televisión, un medio que comenzó a saciar el apetito visual del público. Así, en la década de 1920, justamente en el interludio entre la aparición del cine y la de la televisión, hubo revistas ilustradas en Alemania que tenían tiradas de unos dos millones de ejemplares. Ya unas décadas antes, la publicación de revistas ilustradas se había extendido desde este país hacia el resto del mundo, y su desarrollo fue vertiginoso, especialmente en el terreno de las destinadas al público femenino. Hoy en día, las tiradas de muchas revistas, sobre todo algunas pertenecientes a la llamada “prensa del corazón”, superan con mucho a las de los más importantes diarios de sus respectivos países. La fotografía comenzó a utilizarse en la prensa diaria en el año 1880, de la mano del Daily Herald inglés, aunque tardó bastante en incorporarse de modo definitivo a los periódicos. Existen distintas temáticas que son desarrolladas por estas publicaciones, siendo las más populares las Revistas de Actualidad que están ligadas al mundo de los Espectáculos, donde se realizan reportajes a celebridades, actores, músicos y artistas que forman parte del Interés General de una sociedad determinada, como también a las grandes estrellas del mundo.
Sin embargo, en muchos casos en las revistas la desinformación contaminante se sobrepone a la información, la cual se lleva a cabo de dos maneras aparentemente contradictorias, aunque no son otra cosa que complementarias: el silencio y la avalancha de ideas hasta lograr la confusión. La mayoría de los grandes medios de comunicación occidentales no siempre comunican, sino que oscurecen la realidad. Las revistas informan de manera muy fragmentaria ya que rompen la realidad e informan por medio de micronoticias. Nada hay más efímero que la noticia, ya que poco tiempo después de ser lanzada, es cubierta por otros miles de informaciones que llegan o por otros aspectos de esa misma información que interesan más -por el posible negocio- a los medios. La noticia se maneja como las armas, quien posee los medios posee las armas. Lo que es noticia, existe, y lo que no, como si no lo hiciera. Así, el fin de los medios de comunicación es la adaptación al orden establecido. Para ello dispone cada día de técnicos que seleccionan y filtran la información, de manera que de algunos personajes recibimos verdaderos aluviones de información, y de otras personas no sabemos nada. El problema moral de los medios de comunicación es ver si están al servicio de la dignidad humana, es decir, si respetan los derechos humanos, o si tienen simplemente una función económica que busca la máxima rentabilidad e influencia ideológica.