Un objeto exponencial
Autor/a: Delfina Aristimuño
Los objetos poseen un valor intrínseco que los distingue. Más de uno dirá que esta afirmación es obvia y banal, quizás lo es, pero no por ello en el caso del libro, tan cierta. Un libro […]
Los objetos poseen un valor intrínseco que los distingue. Más de uno dirá que esta afirmación es obvia y banal, quizás lo es, pero no por ello en el caso del libro, tan cierta. Un libro se distingue de cualquier otro objeto, aún de uno semejante e inclusive de si mismo. ¿No lo creen? Un libro deja huellas por donde pasa y siempre enriquece. Enriquece porque enseña, entretiene, acompaña, consuela, discute con el lector, acaricia su alma y sus sentidos… Un libro se diferencia aún de si mismo una y otra vez… Cada vez que alguien lo toma y decodifica nuevamente se transforma, se lee diferente, se toca diferente, se palpa diferente… O acaso, por ejemplo ¿A quién no le pasó con «El principito»? Siendo niños, era seguramente una edición de bolsillo, con letras grandotas y muy colorido pero, cuando crecimos y volvimos a tomar «El principito», quizás por nostalgia seguro era azul, con letras pequeñitas, y olía a viejo en alguna biblioteca. Seguro ocurrió un milagro: El principito ya no era el mismo, el planeta se había transformado, nos preguntamos que habíamos hecho con nuestra rosa y el libro nos había domesticado, cualquiera fuese su formato.
A partir de algunas lecturas que nos hayan subyugado ya no dejaremos de leer, estaremos «domesticados» para siempre y quien ha sido «domesticado» por algo o alguien, más aún por un libro difícilmente escape a la atracción de continuar la tarea transformadora, esa necesidad imperiosa de contar, de dibujar palabras, de ponerle ese encanto a la vida que multiplicará al hacedor cada vez que alguien tome su objeto.
A su vez, como dice Borges, «multiplicará a otro, y a otro, y a otro», tal como un espejo, porque además un libro es eso: Un espejo. Un espejo que refleja innumerables miradas, yoes, ellos, múltiple y singular recreándose en cada tiempo, aún yaciendo olvidado hasta que alguien lo retome.