Cátedra Cosgaya Tipografía 1 y 2 | Carrera de Diseño Gráfico | FADU/UBA
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Historias de vinilo.

Un día estaba María José, de cinco años en su casa de Caseros. Las cosas en Caseros son, y siguen siendo bastante simples. En ese momento además de la simpleza que caracterizaba los días de la […]

Un día estaba María José, de cinco años en su casa de Caseros. Las cosas en Caseros son, y siguen siendo bastante simples. En ese momento además de la simpleza que caracterizaba los días de la ciudad bonaerense, había un clima familiar o un deseo de familiaridad mucho más grande que el de nuestros días. La nena de pelo largo y vestido a cuadrillé, vivía con sus padres. Hija única, de un matrimonio bastante adulto, clásico, de buenos modales y con esas maneras de educar que dejaban bien en claro lo que no correspondía hacer, y premiaban el esfuerzo con mucho sacrificio. Los gustos no eran pomposos, pero sí efectivos. Un día, José, hombre de la casa, matricero fresador volvía del trabajo con una bolsa de caramelos del kiosco de la esquina. Una vez al año, se salía a comprar ropa y zapatos para todos. Muy cautelosamente, ya que pocas cosas son tan importantes como tener un buen calzado… saber bien dónde uno está parado digamos.
Dentro de toda esa rutina, la música era muy importante. Nelly, siempre cantaba mientras cocinaba, y aquellas leyendas de su pueblo de origen, decían que en los viejos tiempos, no sólo cantaba al cocinar, y su voz era de hecho preciosa. No nos vayamos de tema. Nelly cocinaba, y mientras Majo bailaba adelante de la tele al son de «Ay ay Roseetaa!» unos pasos modernosos que enseñaban un grupo de jóvenes al mejor estilo Corny Collins en Hairspray. Las nenas de cinco años, escuchaban La Familia Telerín por lo general, es por eso, que a Majo le costaba sentirse comprendida. Las madres de ese entonces en Caseros, eran medio reacias a que sus pequeños hijos bailaran así tan despojados de vergüenza. No era suficiente motivo igual.
Un día, José llegó con un regalo más grande que una bolsita de caramelos. No cualquier obsequio, un obsequio hecho con sus manos, en su fábrica, en sus horas de trabajo, y ahora… en su hogar. La nena con los ojos como dos bolas de cristal se acercó y sin sospechar en lo más mínimo, abrió el paquete. «Vualá!» Un Winco. ¡Qué Alegría!.

El primer LP que ese Winco reprodujo fue el de Tip-Top para que Majo pudiese bailar las canciones cualquier día que no fuese sábado frente al televisor.

A veces pienso, que todo el esfuerzo que representaba ese tocadiscos, es lo que anhelamos. Por eso nos gustan los LP, porque representan el esfuerzo ante la tecnología bastante menos desarrollada que la actual. Tener un LP en las manos era, por lo menos para algunos, un premio. Era poder tener acceso a la música que querían en el momento en que querían.
Pocos regalos hicieron tan feliz a mi vieja. Un Winco y una caja de lápices Lyra que me regaló por miedo a gastarlos con sus manos.
Y hoy yo, mientras sostengo uno de esos lápices, me encuentro ante el desafío de escribir sobre vinilos. La única cosa interesante que se me viene a la mente en este momento, es esta historia real. Y conocer esa cultura, es también parte de nuestra labor.

 

 

 

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