¡Tipografía hasta la muerte! (y después de la muerte también)

Breve recorrido por el proceso de trabajo que tienen las lápidas, las cuales con sus diseños generan grandes combinaciones de imagen y texto que representan a sus dueños que descansan en paz.

¿Alguna vez recorriste un cementerio sin que sea para visitar a alguien que habías perdido? ¿Alguna vez viste las lápidas, mausoleos o placas como piezas históricas, como símbolos de identidad? Los cementerios, además de ser lugares de entierro y reposo de aquellos que ya no comparten el mundo con nosotros, son un espacio patrimonial, un lugar que se comporta como una dimensión diferente, donde se crea una ciudad en la que conviven aquellos que están en otro plano. En los cementerios se encuentra una gran riqueza tipográfica que nosotros, invadidos por sensaciones muchas veces de dolor cuando los visitamos, no podemos apreciar esta riqueza, la cual mucha se encuentra en las lápidas.

Cuando uno piensa en lápidas, seguramente no le recorre una sensación muy amigable por el cuerpo, la lápida inevitablemente nos remonta a muchas sensaciones que no son agradables, como la muerte y la pérdida. Es entendible que al toparnos con una lápida cualquiera, no le dediquemos tanto tiempo de nuestra atención, que solo demos una mirada rápida a los nombres que hay en ella y volvamos a apartar la mirada. Pero lo que aquellas sensaciones tan frívolas y hasta dolorosas se han ocupado de transmitirnos, solo han sido una película oscura que nos impide ver las muchas otras características que una lápida tiene, las cuales también la representan.

Una lápida es un símbolo de identidad. Las palabras inscritas en ella cuentan en un par de líneas muchos de los datos que necesitamos saber de aquellas personas que reposan en las tumbas; y en ocasiones se incluyen citas recordatorias, frases breves, expresiones muy íntimas de familiares y amigos que rememoran a la persona, y también la presencia de imágenes: Fotografías, simbologías varias, flores y otros símbolos naturales, y hasta pequeños bustos. Cada uno de estos elementos, el protagonismo de la tipografía y su funcionamiento con las imágenes, conviven en la piedra en una puesta donde funcionan en conjunto, y dan lugar al verdadero propósito de la lápida: Ser las que cuenten y expresen quienes fueron las personas que en esa tumba reposan.  Son retazos de la memoria. Nos cuentan el pasado, al tiempo que nos hablan de las personas que habitaron un lugar en otros momentos de la historia.

Entonces, uno puede ver que la lápida tiene un peso y un rol mucho más importante del que creíamos. Pero entonces, ¿Quién es el que tiene la función de crear aquel objeto que hablará sobre quienes fuimos en nuestro paso por este mundo? A partir de esta pregunta se desarrollará este posteo, sobre quienes con su talento y fuerza de trabajo le dan vida a las tipografías que nos acompañan hasta cuando ya solo queda nuestro cuerpo en este mundo.

 

La piedra como soporte

El inicio de toda lápida siempre comenzaba en un taller, pero este en especial era un taller de marmolería. Allí los clientes hacían los encargos, en los que elegían la piedra y los detalles que querían que portara, las tipografías y las imágenes, para que luego cada miembro del taller comenzara a materializar; pero de todos modos, sobretodo en la primer mitad del siglo XX, no todo se podía hacer en el taller. En un principio, la piedra no se trabajaba como se trabaja en la actualidad. Los que se ocupaban de este trabajo eran los picapedreros. El oficio de picapedrero es uno de los más antiguos, ya que la piedra ha sido labrada por el hombre casi desde los inicios de su existencia.

Los picapedreros, en general labraban piedras para la construcción, pero también se encargaban de preparar las piedras que iban a convertirse en lápidas, realizando con una sierra especial los cortes que las marmolerías les encargaban. En el caso de que hubiese terminaciones más detalladas en el encargo, las realizaban trabajando a mano.

Luego en las marmolerías se realizaban los trabajos de pulido con una máquina, ya que las piedras tenían ciertas porosidades que si no se quitaban iban a volver difícil e incómodo el trabajo de inscripción en la piedra.

Las piedras que se usaban antes y también se siguen utilizando en la actualidad son principalmente el granito gris tandil, granito gris mara, granito negro champaquí, granito sierra chica, y mármol de carrara, este último era bastante usado ya que era mucho más económico que los anteriores, pero como los mármoles en general perdía su color original por los efectos de estar expuesto a la intemperie y se le generaban ciertas manchas que no eran muy estéticas.

En la actualidad, las piedras son compradas ya pulidas en planchas de alrededor de dos y tres metros de alto y de quince centímetros de grosor. Con el tiempo los talleres de marmolería comenzaron a ocuparse del trabajo de cortado también y el rol del picapedrero comenzó a quedar más y más apartado en este rubro.

 

El tallado de las inscripciones

Cuando la piedra ya estaba lista, llegaba el momento de traspasar las inscripciones a ella, y la persona que tenía esa responsabilidad era el letrista. El letrista se ocupaba de diseñar la puesta completa.

En la marmolería, el cliente le indicaba al encargado y/o dueño de la marmolería el orden que quería para la información, la presencia de imágenes o no, las tipografías elegidas y los tamaños. Estos pedidos del cliente, pasaban del dueño y/o encargado al letrista, el cual tomaba un rol de diseñador también al encargarse de hacer convivir a todos los elementos que el cliente pedía.

Una vez organizada la información y diseñada la puesta, el letrista replicaba en un papel, dibujando pequeñas líneas una al lado de la otra, el tamaño de los bastones de las letras y el espaciado entre palabras, el cual estaba en una escala acorde a la que se iba a utilizar en la lápida. Luego en la piedra se trazaban las líneas de renglón donde el texto iba a estar distribuido, contando con una línea inferior donde la tipografía iba a estar apoyada y otra superior, la distancia entre una y otra dependía del cuerpo que el cliente quisiera para esa parte de la inscripción. Terminado esto, se aplicaba al soporte completo una película de tiza mezclada con cola y cuando esta secara se trazaban los bastones de la tipografía con un lápiz bien fino y una escuadra, usando principalmente el papel que se realizó al principio como guía. Una vez que se trazaban todos, el letrista hacía las curvas correspondientes a las letras tales como la O, o la D, o la U, etc. haciendo uso de su propio talento en materia de prolijidad y pulso.

Cuando ya estaba la puesta completa dibujada en lápiz en la piedra, se remarcaban los trazos con un lápiz especial cuya punta era de diamante y permitía tallar los contornos de cada una de las letras. Luego de este paso, ya se pasaba al momento de tallado en el cual el letrista tallaba cada una de las letras con máximo cuidado (ya que la piedra tiene su fragilidad y un mal movimiento podría llevarla a que se rompa o se raje) usando un escarpelo o cinzel. Dedicando varias horas, el letrista iba dándole la profundidad de cuña a cada letra de la puesta, pero todo llevaba su determinado orden: primero se tallaban todos los bastones, luego todas las curvas, y en el caso de que se tratara de una tipografía romana, al final se tallaban todos los serif.

Una vez terminado el trabajo de tallado , las letras podían verse siempre en un tono más claro que la piedra sin tallar, aunque esta claridad no es eterna, ya que la exposición a la intemperie hace que con el tiempo esta vaya desapareciendo.

Actualmente el trabajo del letrista ha sido algo desplazado también, ya que existen máquinas que hacen los trazados con un nivel de perfección casi completo y tienen la virtud de poder trabajar en cuerpos más chicos de los que el letrista podía alcanzar con sus cinceles. La única contra que estas máquinas pueden tener es que únicamente pueden trabajar de a planchas completas de piedra y no únicamente con la porción que el cliente pide en el encargo. Pero más allá de este defecto, las máquinas han desplazado al letrista de este trabajo.

 

¿Hay un tipo de tipografías especial para las lápidas?

Es una realidad que la elección tipográfica depende mucho del gusto personal del cliente, por lo cual hay lápidas de una misma época que tienen tipografías palo seco, romanas, caligráficas y hasta góticas. Pero es cierto también que, en Argentina especialmente, puede verse como las lápidas y placas más antiguas, que rondan la segunda mitad del siglo XIX y la primer mitad del siglo XX, llevan una tipografía sans serif muy condensada, con poca interletra y también poca interpalabra, y que se trabajaba en mayúsculas por lo general. Muchas veces esta tipografía sans condensada era la única en la puesta, pero hay casos en los que se la ha combinado con algunas romanas, usando estas últimas para el nombre del difunte con la fecha de nacimiento y fallecimiento, y la tipografía sans para el resto de la información que iba en un cuerpo más chico. En la segunda mitad del siglo XX, se empezó a ver más a las tipografías romanas con más protagonismo en las lápidas, o a tipografías sans no condensadas, haciendo que la lápida sea más delicada y que también permitía que se pudiera ver mucho más y mejor a distancia.

 

 

Este posteo va en honor a todos los que dedicaron su sentidos, su paciencia, su talento, su fuerza y dedicación en realizar un buen producto, sobre todo en las lápidas, en la que cada hora de esfuerzo dedicada iba con el fin de reflejar la identidad de aquellos que ya no están.

Entre ellos, mi abuelo, que en su taller con su letrista y obreros reflejaron la identidad de muchas almas del Cementerio Británico, Cementerio Alemán y Cementerio de la Chacarita.

 

Bibliografía

https://revistas.ucm.es/index.php/ESIM/article/viewFile/50967/47304