Cátedra Cosgaya Tipografía 1 y 2 | Carrera de Diseño Gráfico | FADU/UBA

Libros 2015 ¿Porque todo lo sólido no se desvanece en el aire?

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En época de 140 caracteres, donde pereciera ser que la sociedad toda sufre de un trastorno de ansiedad constante, me preguntó ¿qué lugar tiene el libro?

En época de 140 caracteres, donde pereciera ser que la sociedad toda sufre de un trastorno de ansiedad constante, me preguntó ¿qué lugar tiene el libro? ¿Qué rol juega hoy? ¿Qué sentido tiene seguir produciendo textos de largo aliento en forma de códice?

Hace unos años la revista Science público un artículo donde se sostenía que leer los grandes clásicos aumenta la inteligencia emocional y la habilidad social. Realmente no sé si sea así, lo cierto es que el libro todavía existe, incluso diría que actúa como forma de resistencia contra el imperio omnipresente de lo efímero. Como una forma de escapar a la verborragia tuitera de la tendencia del momento, o a Facebook y su constante interrogatorio sobre ¿qué estás pensando?

En tiempos donde todo es portable, todo es intangible, es un ratito, es inmediato y compartible el libro pasa a ocupar otro lugar. Ya no es aquel lugar donde estaba la información, donde buscar respuestas y certezas. Hoy en día los libros son más un objeto de pertenencia que otra cosa. Según un informe de Pew Research Center, nos la pasamos leyendo todo el tiempo y al hacerlo todos nos comportamos de manera similar: tenemos predilección por las noticias y textos breves antes que textos largos (como si todos fuéramos de la Generación Y)

Y este es el punto en donde el libro se comporta de manera similar al disco, ambos actúan casi como objetos transicionales, de deseo, objetos que permiten pertenecer, ser parte de un colectivo, de una experiencia. Y al igual que el vinilo, es el formato el que todavía puede sostener la industria. Solo por el valor agregado que le da el diseño puede mantenerse con vida.

Lo que manda es el objeto, como diría el maestro Alfredo Rosso «el formato físico te permite entablar una relación sensual con el objeto». Al rededor este surgen hasta ciertos grupos sociales (se genera una sensación de pertenencia inentendible), y el libro pasa a ser una especie de tótem. Muchas veces casi que no importa el contenido, si es Tolstói, el último de Majul o Rial. Lo que importa es ese objeto que da pertenecía. Y acá es donde nuestro papel como diseñadores se vuelve fundamental. Donde podemos afirmar que los autores más leídos del mundo no son Shakespeare, Cervantes, Murakami, o JK Rowling sino Claude Garamond, Max Miedinger o Matthew Carter. Todo el mundo leyó algo de ellos.

Vivimos un momento donde casi todo pasa por la constante estatización y espectacularización de la existencia misma. Todo compite por la atención todo el tiempo, sin importar que se traten de cosas totalmente diferentes. Por momentos todo trata de ganarle gente a Tinelli. Acá nuestro rol como diseñadores es clave, somos los que tenemos las herramientas para hacer la diferencia. Y si de libros se trata como dice Chip Kiip «al fin y al cabo se trata de poder contar una historia».